Escribir, es desapegarte de un párrafo que te pareció genial al momento de escribirlo, pero luego, te das cuenta que esa gran idea, está fuera de lugar.
Estoy en proceso de escritura de mi primer libro y eso me tiene muy reflexiva (y revolucionada).
A veces, escribo una frase que me parece absolutamente genial y divertida. La leo y no paro de reírme por la imagen que produce en mi cabeza. Es tan buena que ¡no puedo creer que se me haya ocurrido algo así! Estoy sorprendida de mí misma por tamaña hazaña de creatividad.
A veces, tengo ajá moments. Son esos momentos, en donde sentís que descubriste la pólvora.
Pero al otro día, al releer todo, te das cuenta que no tu descubrimiento era puro humo, porque esa frase “tan buena”, está completamente fuera de lugar y no tiene nada que ver con el flow del relato.
Es el triste y frío día después de (la que creías) una gran idea de la que hablaba David Ogilvy.
Mi primera reacción es dejarla como está, que se quede ahí para siempre, inmortal.
Pero una maldición, me obliga a releer y releer, y me hace ruido. ¿Por qué no puedo simplemente dejarla ahí?
Segunda reacción. Es reescribirla. Pero ya no queda igual, pierde la gracia, se arruina.
Tercera acción. Cortar y pegar. Agarrar el párrafo y moverlo a otro lugar. No, tampoco.
Cuarta decisión. La resalto de celeste neón y la dejo molestarme en todo el texto. Es como haber comprado un adorno del que te enamoraste, pero al llevarlo a tu casa, no tenés idea dónde ponerlo porque no tiene nada que ver con el estilo deco de tu hogar.
Quinta y última acción (la más dolorosa). Corto y pego en otro Word de ideas sueltas. No, no pude borrarlo del todo.
Pensar que creía que esa frase iba a ser la mejor, que ese párrafo iba a hacer historia… Pero no mi querida autora, se fue al cielo de los recortes para más adelante o… ¡para nunca!

Cuando empecé mi camino periodístico en medios gráficos, una de las primeras enseñanzas, y quizá la más dura, es cuando tu editor te dice: hay que recortar la nota a 2000 caracteres. Pero ¡¿cómo?! ¡Si yo escribí para 3 páginas! ¡Vos mismo me diste 3 páginas! Sí, respondía sin alteración el editor, pero ahora la revista sumó nuevas publicidades y hay menos páginas para notas. Todos van a recortar.
Te lo decía así, sin pedir disculpas, sin arrepentimiento, vacío de emoción, solo como un anuncio mandatorio que en mi cabeza sonaba a: “mutilá tu obra maestra”.
Sí, ya sé, no era una obra maestra de la escritura, pero yo me había esmerado en hacer y desgrabar estrevistas, buscar las frases ideales, creando nuevos ángulos para que la nota sea atractiva.
Ahora tenía que elegir, sacar, editar, recortar y hacer mucho DELETE, dejar ir horas de desgrabación, de ideas y sobre todo, de EGO. Recortar tu ego, achicarlo y volver a entregar esas dos malditas y desabridas páginas.
Escribir este libro, es parecido, un sube y baja a “mi ego escritoril”, es pensar “genialidades” a las que luego tengo que darles de baja.
Ser escritora, es dar DELETE a tus textos, pero sobre todo, a tu EGO.
¿Alguna vez tuviste que hacer DELETE de algo que amabas haber creado?



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